Los
comienzos siempre son difíciles. Esta frase la hemos oído casi todos alguna vez
en nuestra vida, generalmente asociada a un principio en el que algo nos ha ido
mal cuando no debería haber sido así. También tenemos lo de empezar con buen pié.
O con el pie derecho, si bien es verdad que no es mi intención meterme en
política tan pronto. Incluso tenemos la certeza absoluta de que la primera
impresión es la que cuenta. En cualquier caso, parece que le concedemos
bastante importancia a cómo se empieza algo.
A mí no me
importa mucho como comenzar con esto. Me temo que no voy a seguir las leyes de
los que saben: diseño atractivo, información valiosa, actualización constante,
captación de seguidores, etc. No soy un experto en el diseño de blogs, lo cual
salta a la vista. Mi información, si es que puedo darle ese nombre dudoso, muy
posiblemente, no sea valiosa más que para mí mismo y, quizá, para algunas pocas
personas con demasiado tiempo libre para perderlo leyéndome. En cuanto a la
actualización y los seguidores, no tengo la suerte de contar aún con un gran
grupo de aficionados que difundan mi palabra a través de las redes sociales,
por lo que nadie me apremia para que publique con amenazas veladas.
Si creo que
no tengo nada que decir o que lo que digo no tiene la calidad suficiente para
aportar un nuevo punto de vista sobre algo, no seguiré con esto. Hay demasiados
escritores, perdón, personas que escriben. Para los diferentes diarios o por
ellos. Porque quieren hacerlo o porque ganan dinero haciéndolo. El mercado es
amplio, podemos elegir ideología y temática.
De momento,
quiero escribir sobre algo. Sobre los pesos invisibles.
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