lunes, 17 de diciembre de 2012


Es su lugar de encuentro. De ellos y de nadie más. Lo era cuando el hombre necesitó al chico y lo siguió siendo después de que ocurriera todo, cuando el chico necesitó al hombre. Un lugar sobre la ciudad, por encima de ella, en la cumbre de la catedral, noche tras noche. Ellos solos. Y la gárgola. La gárgola de piedra junto a la que suelen apoyarse y que, a estas alturas, inexplicablemente, aún no ha estallado en pedazos por todo lo que ha escuchado durante tanto tiempo.

Sin embargo, esta noche, el hombre percibe algo diferente al llegar el chico. Él siempre es el primero en llegar. Le gusta tener un rato a solas para no pensar. Enciende un cigarro y tarda mucho en acabarlo, mientras despeja la mente de sus propios problemas diarios para albergar, en su lugar, los que el chico comparta con él. Primero, oye sus pasos rápidos al subir los últimos peldaños de la escalera y luego ve su cara mientras se acerca. Durante un breve momento observa sus ojos y su expresión, y presta atención a la forma en que le saluda. Así, se hace una idea de cómo se encuentra su peso invisible.

Pero esta noche es distinta. Lo siente de una forma aún irracional. Los pasos del chico son un instante más lentos. Su cara, que apenas alza hacia él, está contraída en una mueca forzada. Y sus ojos… En sus ojos no puede ver nada. Hacía mucho tiempo que todo esto no pasaba, piensa el hombre. Eso le asusta, porque sabe lo que significa. El chico deja una mochila grande apoyada en el arco de granito y se acerca más a él. No le saluda. No habla.

-  Hace una noche bastante buena para esta época del año, ¿no crees? – se arriesga a decir el hombre.
- ¿Sabes por qué ninguno de los de ahí abajo recordaría mi nombre, al cabo de unos días, si ahora mismo me dejase caer para reventarme contra el suelo?
- Si eso llegase a ocurrir, cosa que lamentaría horrores, dudo mucho que alguien en esta ciudad no recordase tu nombre después – intenta bromear el hombre, que comienza a tener claro lo que va a pasar.
- No lo harían porque no les afecta. Porque no les importaría más allá de unos pocos segundos de pesar, durante los cuales, es posible que sus caras adquirieran un gesto dramático muy honrado, a la vez que sus mentes pensarían en las tareas del día siguiente. Incluso, podría darse el caso extraordinario de que hicieran partícipes de lo ocurrido a sus conocidos, los cuales mostrarían los mismos signos de pesar, drama y honradez, eso sí, disminuyendo la intensidad de los sentimientos y aumentando la rapidez de desconexión hacia el hecho.
- No estoy en absoluto de acuerdo con lo que dices. Hay personas que sí se preocupan realmente de sus semejantes – pero ya no está convencido. Sabe lo que hará el chico y no puede evitarlo. No quiere hacerlo.
- Si aún piensas así después de lo que has vivido… quizá tú deberías ser el chico y yo el hombre.

El chico lo mira detenidamente una última vez. Después, agarra la pesada mochila y se marcha. Con unos pasos que hubiera deseado más rápidos. Como eran antes. Antes de que todo volviera a ocurrir.

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