Es su lugar
de encuentro. De ellos y de nadie más. Lo era cuando el hombre necesitó al
chico y lo siguió siendo después de que ocurriera todo, cuando el chico
necesitó al hombre. Un lugar sobre la ciudad, por encima de ella, en la cumbre
de la catedral, noche tras noche. Ellos solos. Y la gárgola. La gárgola de
piedra junto a la que suelen apoyarse y que, a estas alturas,
inexplicablemente, aún no ha estallado en pedazos por todo lo que ha escuchado
durante tanto tiempo.
Sin embargo,
esta noche, el hombre percibe algo diferente al llegar el chico. Él siempre es
el primero en llegar. Le gusta tener un rato a solas para no pensar. Enciende un
cigarro y tarda mucho en acabarlo, mientras despeja la mente de sus propios
problemas diarios para albergar, en su lugar, los que el chico comparta con él.
Primero, oye sus pasos rápidos al subir los últimos peldaños de la escalera y
luego ve su cara mientras se acerca. Durante un breve momento observa sus ojos
y su expresión, y presta atención a la forma en que le saluda. Así, se hace una
idea de cómo se encuentra su peso invisible.
Pero esta
noche es distinta. Lo siente de una forma aún irracional. Los pasos del chico
son un instante más lentos. Su cara, que apenas alza hacia él, está contraída
en una mueca forzada. Y sus ojos… En sus ojos no puede ver nada. Hacía mucho
tiempo que todo esto no pasaba, piensa el hombre. Eso le asusta, porque sabe lo
que significa. El chico deja una mochila grande apoyada en el arco de granito y
se acerca más a él. No le saluda. No habla.
- Hace
una noche bastante buena para esta época del año, ¿no crees? – se arriesga a
decir el hombre.
- ¿Sabes
por qué ninguno de los de ahí abajo recordaría mi nombre, al cabo de unos días,
si ahora mismo me dejase caer para reventarme contra el suelo?
- Si
eso llegase a ocurrir, cosa que lamentaría horrores, dudo mucho que alguien en
esta ciudad no recordase tu nombre después – intenta bromear el hombre, que
comienza a tener claro lo que va a pasar.
- No
lo harían porque no les afecta. Porque no les importaría más allá de unos pocos
segundos de pesar, durante los cuales, es posible que sus caras adquirieran un
gesto dramático muy honrado, a la vez que sus mentes pensarían en las tareas
del día siguiente. Incluso, podría darse el caso extraordinario de que hicieran
partícipes de lo ocurrido a sus conocidos, los cuales mostrarían los mismos
signos de pesar, drama y honradez, eso sí, disminuyendo la intensidad de los
sentimientos y aumentando la rapidez de desconexión hacia el hecho.
- No
estoy en absoluto de acuerdo con lo que dices. Hay personas que sí se preocupan
realmente de sus semejantes – pero ya no está convencido. Sabe lo que hará el
chico y no puede evitarlo. No quiere hacerlo.
- Si
aún piensas así después de lo que has vivido… quizá tú deberías ser el chico y
yo el hombre.
El chico lo mira detenidamente una última vez. Después,
agarra la pesada mochila y se marcha. Con unos pasos que hubiera deseado más
rápidos. Como eran antes. Antes de que todo volviera a ocurrir.